La princesa del champán by Anette Fabiani

La princesa del champán by Anette Fabiani

autor:Anette Fabiani
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela histórica, Saga familiar, Sarah Lark, Lucinda Riley, Kate Morton, Anne Jacobs, La villa de las telas, Francia, Champán, Amor, misterio, Tradición, Best seller
ISBN: 9788419449436
editor: Roca Editorial de Libros
publicado: 2022-12-28T00:00:00+00:00


Barbe-Nicole estaba buscando un nuevo libro en la biblioteca con el que entretenerse mientras hacía compañía a François cuando el mayordomo anunció la llegada de una visita.

—Monsieur Jacquin desea verla, madame.

—Gracias, Raymond, acompáñelo al salón —respondió Barbe-Nicole.

¿Qué estaría haciendo Marcel en Reims?, se preguntó extrañada. Movida por la curiosidad no hizo esperar a su amigo. Se precipitó al recibidor cuando maître Raymond estaba a punto de conducir al huésped al salón.

—Buenos días, madame —dijo Marcel con una sonrisa que la reconfortó automáticamente—. Se ha dado la casualidad de que he venido a la ciudad y quería saber cómo se encuentra su marido.

El rostro de Barbe-Nicole se ensombreció; por un momento, se hizo un incómodo silencio. De repente, la voz del mayordomo quebró como un trueno el silencio.

—Bernadette, ¿se puede saber qué estás haciendo por aquí? Utiliza la escalera de servicio.

—Disculpe, maître Raymond, pero monsieur Clicquot necesita agua caliente y al ir a la cocina me he desorientado.

Interrumpidos por aquel intercambio de palabras, Barbe-Nicole y Marcel alzaron la vista a la amplia escalinata y tropezaron con la mirada del mayordomo, que se había vuelto hacia ellos con expresión de disculpa.

—Bernadette es la chica nueva, madame —se justificó—. Todavía no se desenvuelve bien en la casa.

Pero Barbe-Nicole no estaba interesada en ese detalle.

—¿Mi marido ha pedido agua caliente? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿Es que se ha levantado?

—Sí, madame —contestó la asistente de cámara—. Cuando he ido a llevar leña, estaba junto al tocador. Lo siento, madame, no sabía que se había levantado de la cama, de lo contrario no habría entrado en la habitación. Pero monsieur Alphonse dijo que tenía que llevar leña para que el fuego no se apagara. Esta mañana hacía mucho frío. Quería retirarme enseguida, pero me mandó que le llevara sus útiles de afeitado del vestidor.

—Sus útiles de afeitado… —repitió Barbe-Nicole con un hilillo de voz.

Marcel, que la estaba observando, comprobó que se ponía pálida al instante: comprendió lo que estaba pensando. Cuando salió corriendo escaleras arriba, la siguió. Pasaron junto a los sorprendidos sirvientes y llegaron al segundo piso, donde estaban los dormitorios. Arriba, el viticultor adelantó a Barbe-Nicole gracias a sus largas piernas.

—¿Qué puerta es? —preguntó.

—La segunda a la derecha —respondió ella sin aliento.

Un segundo después, Marcel había llegado a la puerta de la habitación y la abrió. Lo que vio lo dejó paralizado, pero un segundo después se precipitó hacia François, quien, con un gesto certero, deslizó la hoja de la navaja de afeitar a través de su garganta.

Barbe-Nicole chilló. Marcel cogió a François del brazo y le apartó la mano. La navaja cayó con un tintineo al suelo. Cuando François se desvaneció, el viticultor lo agarró. La sangre manaba de la herida del cuello, empapando el camisón del joven comerciante. Marcel desgarró a toda prisa la toalla de lino que se encontraba encima del tocador y vendó con ella el cuello de François. Le colocó la cabeza sobre su rodilla para que la herida estuviera a un nivel más alto que el corazón.

Cuando maître



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